Porque el bowling puede ser maravilloso (II)

Ayer domingó se disputó la final del Red, white and blue, el último torneo de la PBA. Aunque el show televisivo no se retransmitirá hasta el 10 de enero (no hay quien entienda las decisiones de este año), quería comentar un par de cosas curiosas.

El Red, white and blue ha sido un torneo extraño, atípico. En más de un sentido.

Para empezar, el nombre no es sólo una gracia patriótica norteamericana, sino que se jugó en tres patrones diferentes de la nueva hornada del USBC.

En segundo lugar, porque participaron 108 personas, que completaron 16 partidas clasificatorias en los dos primeros patrones.

Los mejores 39 jugaron ocho partidas adicionales, y los 24 mejores tras 24 juegos pasaron a los enfrentamientos. Un brutal Petersen (todos contra todos) de 24 partidas más que determinó los seis finalistas.

Lo bueno para los suscriptores del xtra frame (el servicio de pago de la PBA, que cuesta unos 5 euros al mes), es que pudimos ver, con una calidad más que decente, todas las rondas y los enfrentamientos.

El tercer punto que hizo del torneo algo fuera de lo común fue los resultados. Los patrones eran muy fáciles, y se lograron registros históricos. Para empezar, se batió el récord de 300 en un torneo. Mejor dicho, se pulverizó.

El anterior, de 1995, era de 26 partidas perfectas, creo, y en este se llegó a 31! Aunque es cierto que el elevado número de partidas jugadas ha ayudado mucho.

El corte para los 24 mejores fue nada menos que de 236 de media, una auténtica burrada.

Patrick Allén entró primero a la final, tras lograr un 300 en la llamada Position Round, adelantando a Wayne Garber por tan solo dos bolos.

¿A cuánto? Su promedio fue de 247 de promedio en 48 partidas... y el corte, que fue Walter Ray Williams Jr, a 243!!!

Pero bueno, todo este rollo era sólo para introducir al protagonista de este post: Wayne Garber.



La historia de Garber es una de las que devuelve la ilusión por el deporte y por la vida en general.

Jugador relativamente desconocido a nivel nacional, Wayne Garber se movía con cierta comodidad por los circuitos regionales de California.

En mayo de 2007, tras un regional en Reno, Garber se cayó por unas escaleras y se desgarró los tendones de las dos rodillas. Se sometió a tres operaciones, pero durante unos meses se quedó postrado en una silla de ruedas.

Los médicos le dijeron que volvería a andar, pero no a jugar a los bolos. Sin embargo, él no se rindió. Tardó tres meses, pero volvió a caminar. Se levantaba llorand por las mañanas y lloraba en rehabilitación, pero lo superó.

Y volvió a las pistas. No era igual que antes, puesto que había perdido mucha fuerza y capacidad elástica en las piernas, pero encontró la forma. Garber desarrolló un nuevo swing. Trabajó mucho en ellos, pensó la mejor forma de ajustarse a su nuevo físico se lanzó a por todas.

¿Cómo? Prescindiendo, en gran medida, de la fuerza de sus piernas. Éstas son las que generan la velocidad y la potencia en el swing, pero él encontró una manera de tirar sin dolor. O con poco.

Es algo que se ve enseguida. En la retransmisión del fin de semana aparecía un jugador peculiar. Un tipo alto, grandote y con un approach de.. 11 pasos!

Sí sí, 11 pasos... pero no sólo eso. Antes de tirar, Garber se inclina, con la bola ya agarrada, hacia atrás, como haciendo un estiramiento de lumbares. Y luego empieza a caminar. 11 pasitos muy pequeños, más incluso que los de Brian Kretzer.

Cuando va por el octavo o noveno, saca la bola, se frena, eleva el péndulo muchísimo y ejecuta el tiro con poco más de un paso. A una velocidad sorprendentemente alta y con una pegada significativa.

Es ciertamente poco estético, pero estaba jugando a 240, sin miedo alguno y subiendo puestos. Demasiado para ser sólo un tipo con un swing raro.

Garber hizo el torneo de su vida y pasó a la final. La retransmisión la veremos el 10 de enero, pero sin duda será mi favorito.

Quizás no vuelve a repetir un resultado de ese nivel, porque, por razones obvias, en ciertos patrones lo pasa mal. Pero es un gran ejemplo de que el bowling puede ser maravilloso.